He ido siguiendo el proceso creativo de Cámara oscura, desde la misma cocina del autor. Podría decirse que he sido un asiduo entre sus fogones desde hace más veinticinco años.
Cámara oscura nos propone con un lenguaje claro y preciso un juego constante de ida y vuelta por los recovecos de la memoria. Este trajín narrativo hacia delante y hacia atrás consigue emular de forma natural el a veces farragoso proceso que en ocasiones implica recordar.
La construcción paulatina y certera del personaje central a través de la mirada de su hija, asaeteada constantemente por preguntas sobre las razones que pudieron llevar a su padre a actuar como lo hizo, lo perfilan como una figura tremendamente atractiva.
Conforme la narración avanza, la imagen inquietante de un niño ligado a su pasado, desencadena en los protagonistas, una tormenta de sentimientos, de amarga humanidad que confiere sorpresivamente a la historia un tinte de Novela Negra, que consigue mantener la tensión hasta el final.
Cámara oscura está acuchillada por un dolor lacerante. Un dolor que no obstante consigue ser redimido por la pasión por la literatura, la música, el cine, la fotografía, y por las pequeñas liturgias diarias; pero sobre todo por el amor incondicional que traspasa los límites del tiempo y de la memoria.
Antonio Ñeco